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El sistema Ético-Moral: Principios, Valores e Indicadores

Daniel Vargas Peña

Hace ya más de treinta años que comencé una investigación acerca de los principios y los valores, ya que veía muchos inconvenientes, vacíos e incongruencias en la mayoría de los tratados que se me presentaban. Pero no solo yo albergaba esas dudas, sino que grandes teóricos de esta área habían expresado igual inquietud. Por ejemplo, el gran fenomenólogo polaco, Román Ingarden, quien planteó acertadamente que en la teoría de los valores se destacan algunos vacíos de cuestiones que precisan ser abordadas; entre las cuales están: ¿Podemos señalar pruebas suficientes sobre la existencia de valores éticos? ¿De qué forma existen? ¿Cuán objetivos son los valores? ¿En qué se fundamenta la diferenciación entre diferentes tipos de valores? Responder satisfactoriamente a cuestiones como estas, que han sido los temas nucleares de la axiología, implicaría un gigantesco paso hacia delante en el ámbito de la teoría de los valores.


Hoy, que puedo exhibir los resultados de mi investigación, puedo afirmar que he sobrepasado esas expectativas, pues no solo he encontrado la diferencia entre principios y valores, mostrando que no hay diferentes tipos de valores, dado que únicamente existen valores ético-morales; sino que he encontrado también otras categorías que nadie antes había visualizado y, por ende, eran catalogadas como valores. En efecto, existen los indicadores de valores, las actitudes y los resultados. Es cierto que sobre las actitudes se había escrito, pero no tenían el sentido que ahora exhiben.


Quedan también otras cuestiones esclarecidas sobre las que se había escrito mucho, pero sin el grado de claridad y de precisión que hemos podido lograr. Podemos afirmar, contrario a lo que se entendía hasta ahora, que no hay diferentes tipos de valores, sino solo valores ético-morales. Los valores no se pierden, pues ellos son universales y eternos. Muchos conceptos que se tenían como valores no lo son. Hay cinco principios que son el fundamento de toda la ética y de todo el universo.


Después de haber leído reiteradamente las lecciones de los grandes filósofos sobre la ética y la moral, y luego de haber seleccionado los conceptos centrales de las diferentes posiciones filosóficas sobre principios y valores, me dediqué a hacer lo mismo con los textos fundamentales de las grandes religiones del mundo, seleccionando de ellas los conceptos usados para valorar las acciones humanas, catalogándolas de buenas o de malas, de correctas o de incorrectas. Luego, tomando distancia de la religión y la filosofía, me dediqué a seleccionar los conceptos que emergen de la praxis humana, mediante una investigación socio-empírica. Para esos fines elaboré un cuestionario de varias preguntas, el cual apliqué a personas de los cinco continentes. Los ítems centrales se dirigían a determinar las concepciones que tienen las personas sobre principios y valores en el diario vivir.


La primera observación consistió en notar que las diferentes respuestas coincidían con los conceptos de los pensadores y con aquellos que establecen las grandes religiones. En total disponía de más de 200 conceptos que debían ser organizados de algún modo. De esta manera procedí, como hace toda disciplina científica, al primer paso de hacer grupos según su semejanza. En esto surgieron 5 grupos de conceptos o familias, según la finalidad que persiguen o el rol que desempeñan. Hay un grupo de conceptos cuya función es dar o aportar; ejemplos: bondad, solidaridad, altruismo (o humanismo), utilidad, colaborar, cooperar, ayudar, amabilidad, cortesía, cariño, entre otros. Otra familia de conceptos se refieren al balance o equilibrio, tales como: justicia, responsabilidad, honestidad, puntualidad, cumplir el deber, dar la cara, equidad, dignidad, honradez, humildad, entre otras. Una tercera familia de conceptos se dirige a crear o mantener vínculos. Así tenemos: unidad, orden, igualdad, fidelidad, tolerancia, convivencia y paz, entre otros. La cuarta familia conceptual abre al futuro, indicando cambios y movimientos; ejemplos son: libertad, valentía, coraje, audacia, prosperidad, fe, esperanza, perseverancia, creatividad, vitalidad y otras tantas. La quinta y última familia de conceptos se refiere al ser de las cosas, su identidad y a la captación de su esencia mediante el pensamiento. Aquí tenemos los conceptos verdad, sabiduría, entendimiento, discernimiento, coherencia, transparencia, claridad, precisión, sensatez y otros.


Claramente habíamos hecho ya un gran descubrimiento: según su función y finalidad, existen cinco grupos de conceptos y no más. Si aparecen otros conceptos nuevos, de seguro que se podrán ordenar en alguno de estos grupos.


El segundo paso consistió en ordenar los conceptos de cada grupo a lo interno, ahora de menor a mayor y viceversa. En cada grupo encontramos un concepto que los abarca a todos en su familia; por lo tanto, no hay otro concepto de la familia mayor. Así fueron descubiertos los Principios Éticos: en la familia del dar, el mayor concepto es Bondad; en la del equilibrio es la Justicia. El concepto mayor para crear vínculos es Unidad; para referirnos al futuro, a los cambios y al movimiento tenemos como concepto superior la Libertad, y para referirnos al ser y a captarlo mediante el pensamiento tenemos como concepto superior la Verdad.


El principio es, entonces, lo que es primero en el tiempo y es lo de mayor rango. Ya así lo había definido Aristóteles, quien buscaba encontrar los primeros principios. Ellos son, entonces, Bondad, Justicia, Unidad, Libertad y Verdad.


Después de este hallazgo me dediqué a explorar si estos principios estaban solo en las concepciones humanas o estaban en toda la naturaleza físico-química, es decir, en los minerales, los vegetales y los animales, además de en los seres humanos. En efecto, toda la naturaleza es expresión de estas cinco dimensiones. La Bondad la vemos en todo: los átomos dan a los otros de su energía, el Sol nos da su luz y energía, las plantas dan oxígeno, frutos y todo lo que vemos a nuestro derredor está haciendo algún aporte. En el mismo sentido, todo en el universo re rige por el equilibrio, que es la Justicia: las aguas del río corren hasta que encuentran el nivel en el mar. Ahí termina el río. Una pelota salta y salta hasta encontrar un punto de descanso, que es el equilibrio. La estructura atómica es de equilibrio entre el núcleo y sus electrones. El universo entero se rige según los principios. Todas las cosas que existen se dan gracias a la unidad o conexiones, mezclas y combinaciones de los elementos. El universo está interconectado, es una unidad, por eso usamos la palabra Universo. De hecho, todo tiende a mayores grados de vinculación. El mundo humano se dirige hacia la unidad de la Tierra. Hoy usamos para eso la palabra Globalización. El universo entero es libertad, es incertidumbre, es impredecibilidad, movimiento y cambio. Se ha experimentado con átomos de uranio para ver si se degradan de igual manera o diferente. Cualquier cosa puede suceder. En un rayo de luz no se puede predecir donde estará un fotón en un momento determinado, pues parece estar en todas partes al mismo tiempo. La evolución del mundo es expresión de libertad. Con relación a la Verdad, cada cosa está determinada por su ser, mostrando una racionalidad de su quehacer. Cada cosa da con lo propio de su ser. No solo el humano capta la esencia de las cosas. Cuando un átomo regala a otro un electrón, lo hace selectivamente. El electrón no salta a cualquier parte, sino a una precisa. La planta dirige certeramente sus raíces hacia el agua, dando con el ser. Los animales carnívoros estudian a sus presas para poder sobrevivir. Todo ser participa de la verdad. En definitiva, nosotros estamos sometidos en la sociedad a los cinco principios, porque los llevamos en nuestros genes, igual que todo lo que existe en el universo. Por eso, no hay una sola institución social cuya finalidad no sean los principios.


Las actitudes y los resultados de principios y de valores eran contados en las listas de valores, pero ellos son solo un momento, inicial o final, de los mismos. En realidad, cada resultado puede ser visto como sinónimo del principio de referencia o de la actitud correspondiente; sin embargo, un pensamiento riguroso debe establecer las finas diferencias: la actitud está al inicio de la acción práctica y el resultado se detecta en la acción consumada. Ambos están entrelazados como motivación y premio.



La lectura del cuadro anterior nos dice que la disposición natural a dar, que llamamos sensibilidad, nos hace serviciales cuando en la práctica damos; que la disposición a ser imparciales nos lleva a practicar actos de justicia y nos hace equilibrados; que la actitud de ser curiosos nos lleva a descubrir verdades y terminamos acertando; que la actitud de apertura nos abre al mundo y nos facilita cambiar de postura o de situación, y que la actitud de integracionalidad nos une a personas, grupos y organizaciones, por lo que terminamos vinculados con otros.


Los valores son los conceptos derivados de los principios y que pueden ser divididos en otros conceptos que ya no se dividen, que son los indicadores de valores. Cualquier concepto valorativo que podamos subdividir en dos o más conceptos se convierte en un valor. Este es el criterio para determinar el valor. Por eso la responsabilidad es un valor que tiene cuatro indicadores: cumplir el deber, puntualidad, asumir consecuencias y dar la cara. Del mismo modo, la transparencia es un valor del principio Verdad al presentar como indicadores: claridad, rendir cuentas, sinceridad, franqueza y auto-crítica; y la solidaridad es un valor del principio Bondad teniendo como indicadores: cooperación, compartir, repartir y hospitalidad.


Los principios y los valores refieren solamente a acciones. El indicador es un concepto simple que se detecta en cada acción que realizamos. En efecto, la puntualidad se ve mirando a la hora que alguien llega. La claridad ya se detecta en tus expresiones o en lo que escribes. Aquellos conceptos que no se refieren a acciones quedan desde ahora fuera del ámbito ético-moral. En este sentido, hasta ahora se había puesto la salud como un valor, pero no lo es porque no son acciones, sino un estado en el que un ser se encuentra, lo mismo que la elegancia, que se ponía como un valor estético. Tampoco la vida es un valor, porque no es una acción, sino un proceso al que están sometidos los seres vivos.


Por su lado, las normas morales no son posibles sin los principios y los valores. Una norma como «No hagas al otro lo que no quieres para ti», es expresión del principio Justicia, al igual que los mandamientos «no matarás» y «no robarás». El mandato «No levantarás testimonio falso ni mentirás», se refiere al principio verdad. No hay norma que no refiera a algún principio o valor. Erradamente, muchos autores piensan que las normas son principios. Pero vemos que el principio es el fundamento que hace posible la norma.


Todo el sistema de principios, valores e indicadores es universal y absoluto. No solo porque vale para todos los seres humanos, sino para todo el universo. Lo único relativo son las diferentes formas con que pueden expresarse los indicadores. La puntualidad, como indicador de responsabilidad, es una exigencia de toda sociedad, aunque no se cumpla. Por eso se establecen horarios para todo. Pero también la naturaleza es puntual, por eso podemos saber más o menos el tiempo en que cada planta da sus frutos, cuándo saldrá el sol en la mañana y cuando será la próxima luna llena. Las aves emigran en un tiempo determinado. También con el indicador de cumplir el deber, cada cosa en la naturaleza responde según el rol asignado. Todo cumple, por eso estamos confiados aquí.


La incondicionalidad moral no significa que no se pueda transgredir los principios y valores, pues de hecho pueden ser negados. Cada concepto está acompañado de su negación. Como todo sistema cerebral, el ético-moral precisa de estímulos cerebrales que propicien su desarrollo desde muy temprana edad, para que no se atrofie.


El segundo capítulo de la obra reflexiona acerca de la esencia humana y su relación con la ética, además de las implicaciones que esto tiene para la educación y para el desarrollo humano. En efecto, no puede existir educación que no esté fundamentada en los principios y valores, mucho menos la educación superior. De aquí que se proponga un esquema lógico para diseñar proyectos que quieran crear Instituciones de Educación Superior.


El tercer capítulo está dirigido a analizar críticamente a los «principios» y el «Programa de Base de Estudios sobre Bioética de la UNESCO». Se muestra una inadecuación conceptual de dicho programa y su implicación para los contenidos, pues la UNESCO refiere a quince principios en este programa, cuando solo existen cinco. Se muestra también que la Declaración Universal de los Derechos Humanos está fundamentada inadvertidamente en estos cinco principios. Se advierte entonces sobre la necesidad imperante de asumir un paradigma conceptual racionalmente fundamentado.


En mi ordenamiento de los conceptos se me quedó un concepto solo, que no encontraba un lugar preciso: el Amor. Un examen exhaustivo puede captar que su uso se aplica a todos los principios, valores e indicadores. Por lo tanto, el Amor es el concepto de los conceptos, siendo expresión de los cinco principios a la vez.


La actitud conducente al Amor es la Entereza y su resultado es lo que llamamos Integridad.


Tenemos un universo que es amor. Aquí está el secreto y la carta de triunfo con la que debemos apostar para construir sociedades humanas donde reine el Amor. Se puede entender mejor ahora aquello que afirmaba San Pablo, que solo el Amor es digno de fe, por lo que la norma superior, o imperativo categórico más racional, fuera expresada por San Agustín exhortando: «Ama y haz lo que quieras».



Daniel Vargas, El Sistema Ético-Político. Principios, Valores e Indicadores, Ápeiron Ediciones, Madrid, 2015, 184 pp., ISBN 978-84-944252-1-9



Daniel Vargas Peña (Bonao, República Dominicana, 1958) realizó estudios de Licenciatura en Filosofía en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. Estudió Teología en la Universidad de Freiburg/i.B., y los estudios de Magister Artium en Filosofía y en Sociología, en la Universidad de Konstanz. En esta misma universidad realizó su Doctorado en Filosofía. En 1996 realiza actividades docentes en el área de filosofía en la Universidad Católica, Tecnológica del Cibao, de la ciudad de La Vega. En 1997 se incorpora en el Departamento Técnico del anterior Consejo Nacional de Educación Superior, actual Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología, donde desempeña el cargo de Director del Nivel de Posgrado. Desde 1998 hasta la fecha, el Doctor Vargas es, además, profesor de filosofía en la Escuela de Filosofía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Entre sus publicaciones destacan Al Paso de los Sabios: Senderos de la Filosofía, (Santo Domingo, 2009) e Informe sobre la Educación Superior en la República Dominicana (Santo Domingo, 2003).



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