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La antropología trascendental de Maurice Nédoncelle

Juan Fernando Sellés


¿Por qué este nuevo libro sobre la antropología de Maurice Nédoncelle? Por tres motivos: primero, porque ha sido un pensador tan intuitivo como olvidado, hasta el punto que los pocos que han estudiado su obra no han calado en la trascendencia de su antropología; segundo, porque ha sido uno de los escasos, no solo del s. XX sino de toda la historia de la filosofía, que mejor ha distinguido entre persona y naturaleza humana; tercero, porque tras reparar en la aludida distinción real en antropología, ha centrado más su atención en la dimensión superior de lo humano: la persona. A continuación, y de modo breve, se intentará dar razón de estos tres motivos.


En primer lugar, Nédoncelle es tan penetrante en la antropología de la intimidad porque tuvo la suerte de contar con los descubrimientos del segundo Scheler (el del periodo católico), en el que el filósofo alemán advirtió que la persona es irreductible a sus actos manifestativos de cualquier tipo, y notó que el corazón de cada persona es una relación, libertad, sentido y amor distintos. A partir de tal lectura Nédondelle empezó a hablar de persona como distinta e irreductible a la naturaleza humana. El filósofo francés corroboró tal distinción en el legado de los primeros siglos del cristianismo, en los que estuvo perfilada no solo para el ser humano, sino también para las personas divinas y para Cristo.


En segundo lugar, Nédoncelle es, sin duda, uno de los pocos del s. XX (entre estos se pueden contar, además del segundo Scheler, Guardini, Ratzinger y L. Polo) que mejor ha tratado la distinción real entre persona y naturaleza humana, y lo ha llevado a cabo en sus seis libros más relevantes. En efecto, téngase en cuenta que tras los primeros siglos del cristianismo, tal distinción está solo esbozada, y en escasos textos, en algunos pensadores medievales como Juan Damasceno o Tomás de Aquino, y a partir del s. XIII está prácticamente perdida a lo largo de toda la filosofía moderna y contemporánea. Solo Kierkegaard en el s. XIX denunció ese olvido tras seis siglos de amnesia, pero como el pensador de Copenhague cerró prematuramente la puerta del conocer filosófico natural (‘subjetivo’ lo llamó el danés) para dar cuenta del sentido personal sólo desde la fe sobrenatural incurrió en un craso fideísmo. Aunque tal distinción real en antropología no fue tan penetrante y explícitamente expuesta por el pensador de París como en el de Múnich, el parisino es uno de los autores que más ha calado en ella.


En tercer lugar, Nédoncelle ha sabido centrar la atención en la intimidad humana sin rebajar sus rasgos a los propios de los de las manifestaciones humanas. Esto significa que, a distinción de otros pensadores, se ha demorado centrando la atención en la intimidad personal sin darla por supuesto y pasar rápidamente a describir, como es usual, las potencias y manifestaciones humanas. Es obvio que otros autores del s. XX (J. Marías, Spaemann, por ejemplo) aluden a dicha distinción, pero con menos fortuna que el parisino, porque unos de ellos no acaban de desembarazarse de una visión ‘totalizante’ de la persona, mientras que otros acaban subordinando la persona a la naturaleza humana.



Efectivamente, por una parte, una extendida visión globalizante (el tercer Scheler, Stein, Marcel, Buber, Ricoeur, etc.) entiende por ‘persona’ el ‘todo’ humano, es decir, la colección completa de funciones, potencias o facultades humanas corpóreas e inmateriales, y aunque se suele admitir que unas son más relevantes que otras, se acaba sosteniendo que persona es el todo humano (Zubiri, por ejemplo, es paradigmático al respecto). Pero nótese que esas dimensiones son de la persona, no la persona; o también: la persona las tiene, no las es, sencillamente porque cada quien es irreductible a todo su disponer, y ninguno ni la totalidad de esos elementos conforman la persona. Esta visión ‘totalizante’ tiene, como es obvio, muchas aporías: entre ellas que no se puede hablar de persona tras la muerte de uno de sus ‘componentes’, el cuerpo, y que a la fuerza se tiene que admitir que es más persona quien más potencias tiene y las tiene más dotadas, lo cual es, sin más, inaceptable, porque el ser no se mide por el tener.


Por otro lado, quien distingue a la persona de la naturaleza humana que posee y acaba sosteniendo que la clave de la persona es tener una naturaleza para hacerse cargo de ella y perfeccionarla, acaba subordinando la antropología trascendental a la ética, y midiendo a aquella por esta. Pero es claro que esto ni es clásico ni es correcto, porque es manifiesto que el obrar sigue al ser, y que este es irreductible a aquel, por eso mismo lo puede ratificar o rectificar. La persona no se puede medir por nada inferior a ella, sino solo poniéndola en correlación con otra persona que pueda dar razón completa de ella, y de esto solo es capaz, como Nédoncelle advirtió, el Dios personal, más aún, pluripersonal, porque persona indica relación, apertura personal, y un Dios monopersonal es contradictorio.


Pues bien, Nédoncelle, que no incurre en dichos equívocos, tan extendidos en el s. XX como en nuestros días, sabe que lo nuclear en nosotros (y en lo que teológicamente hay que recabar nuestra imagen de Dios) es —dicho con palabras clásicas— el acto de ser personal, no la esencia humana, y tampoco la naturaleza corpórea humana, pues estas otras dos son comunes al género humano, mientras que aquella es superior a todo lo humano de los hombres y distinta en cada caso. En lo común caben afinidades físicas y psíquicas (o de personalidad), por eso tanto la medicina como la psicología, por ejemplo, son ciencias. Pero no cabe la ‘personología’ como ciencia, porque cada persona es novedosa, irrepetible e irreductible al resto. Cada una es distinta en sentido, y ese sentido trasciende todo el sentido de lo común humano. A eso, ya en lenguaje cristiano, Nédondelle le suele llamar (como Guardini o Ratzinger, por ejemplo) ‘vocación’, de la que cabe decir que no hay dos iguales.


Esto, hacer justicia a un autor y a una verdad radical injustamente olvidados, es lo que le ha llevado al autor de este libro a su confección, y lo ha conducido de modo ordenado y sencillo, pero con rigor y claridad. El trabajo se compone de cuatro capítulos: 1.º) «La distinción entre persona y naturaleza humana». 2.º) «Si la libertad, el conocer y el amor son ‘trascendentales personales’». 3º) «La intersubjetividad». 4º) «La relación personal humana con Dios». A ellos precede una Introducción en la que se presenta la figura del pensador parisino y su obra, y al final siguen dos Apéndices, uno sobre la inmaterialidad humana y otro sobre la fidelidad personal. Se cierra el libro con la Bibliografía y el Índice.


J. F. Sellés, La antropología trascendental de Maurice Nédoncelle, Ápeiron Ediciones, Madrid, 2015, 174 pp.,

ISBN 978-84-944252-2-6


Juan Fernando Sellés es Doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra y Profesor Titular de Antropología Filosófica en esta Universidad desde 2009. Profesor visitante de 10 universidades extranjeras, ha publicado más de 200 artículos y 40 libros, entre los que cabe destacar La antropología de Kierkegaard (Pamplona, 2014), Antropología de la intimidad (Madrid, 2013), Antropología para inconformes (Madrid, 2011) y ¿Qué es filosofía? (Madrid, 2011).



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