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El mundo en que vivimos. Un análisis marxista

Venancio Andreu Baldó

Tanto los acérrimos defensores del poder de la clase dominante, como los reformistas tímidos y acobardados de hoy, nos cuentan que no hay alternativa al sistema. Pero si eso es verdad, entonces no hay esperanza para la humanidad. La política se convierte en un simple movimiento de las amarras en el Titánic, mientras se asegura que nadie moleste a los ricos y privilegiados que comen en la mesa del capitán.

Ch. Harman, La economía del manicomio

Desde hace más de tres décadas se nos bombardea con la idea idílica de la «globalización». Sin embargo bajo este término se esconde más mito que realidad. En primer lugar el capital atraviesa las fronteras de los Estados más ricos, pero deja al margen a la mayor parte de los países y poblaciones del mundo. En segundo lugar no vivimos en el mejor de los mundos posibles; este capitalismo global no ha llevado, como prometían sus teóricos, la riqueza a todos los rincones del planeta, generando un mundo sin injusticias, sin miserias, sin explotadores ni explotados, sin guerras. En tercer lugar es falsa la idea de que los Estados estén en vías de extinción, antes bien colaboran más que nunca con sus capitalistas nacionales para su beneficio mutuo, no para el de sus pueblos. Por último es mentira que vivamos en el único de los mundos posibles; el capitalismo, y la llamada globalización, no son procesos naturales, sino que responden a determinadas situaciones históricas y a determinados intereses, en este caso los de los capitalistas y Estados que se benefician de ello.


Muchos de los críticos de la «globalización», y del actual estado de cosas del mundo, presentan sin embargo una posición teórica bastante frágil. Nos referimos en primer lugar a los teóricos del «neoimperialismo», a la manera de J. Petras, S. Amin o incluso D. Harvey, quienes entienden la globalización como un proceso básicamente de expolio económico, sostenido política y militarmente, por parte del centro del imperio, los países capitalistas ricos, sobre la periferia pobre de Asia, África y Latinoamérica. Sin negar el contenido de verdad de esta tesis, echamos en falta en la misma una mirada al eje económico, a la naturaleza estructural del capitalismo como causa real y última de los viejos y nuevos expolios, así como también un estudio de la coyuntura actual del capitalismo que explique la indudable nueva ola de imperialismo. Nos referimos en segundo lugar a los «antineoliberales», como N. Klein, N. Chomsky, Stiglitz, o los intelectuales en torno a Le Monde Diplomatique, etc., quienes insisten en que el mundo actual es injusto y en que nos dirigimos al caos, pero al tiempo sostienen que bastaría con un simple giro de timón, antineoliberal, con la supresión de la especulación de bancos, fondos de inversiones, brokers, paraísos fiscales, etc., por un lado, y la participación del Estado en la economía y la resurrección de Mr. Keynes, por otro, para que el agua volviera a sus cauces. Desgraciadamente no es tan fácil: la especulación es fruto del mismo capitalismo globalizado, no un fenómeno ad hoc del que este pueda desprenderse fácilmente, al tiempo que la supuesta panacea de la intervención económica de los Estados se contradice con la realidad: los Estados no han hecho más que intervenir en la economía durante los últimos 40 años, con medidas tanto neoliberales como keynesianas, de austeridad o de incentivo económico, y ni unas ni otras han funcionado en última instancia, como muestra la actual crisis.


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La globalización no es ni el mejor de los mundos posibles, ni algo ajeno al capitalismo, sino la última etapa del mismo. El capitalismo por otra parte, desde nuestra posición marxista, es un sistema anárquico, donde la supervivencia de todos depende de unos pocos propietarios de grandes multinacionales —amparados en unos pocos gobernantes— los cuales además compiten entre sí de forma implacable. Dicho sistema presenta, fruto de dicha competencia, una tendencia intrínseca a la disminución de la tasa de beneficio, en definitiva a crisis de ganancias, como muestra la historia, crisis a su vez cada vez más profundas y de solución más dolorosa, especialmente para los más pobres y para la clase trabajadora. Las grandes crisis anteriores del capitalismo han ido acompañadas de los peores males sociales —imperialismo y colonialismo, desempleo, desprotección social, racismo, xenofobia, chovinismo, belicismo, etc.—, males que hoy vuelven a resurgir en Europa y en el mundo —a ello habría que añadir la depredación actual del medio ambiente—, y las salidas a las mismas han sido dos conflictos bélicos salvajes: la I y II Guerras Mundiales. El neoimperialismo y el ataque al Estado de bienestar actuales, incluida la destrucción del entorno natural, no son en consecuencia decisiones políticas gratuitas, ni tampoco el fruto de la desaparición de la «amenaza soviética», como se afirma a veces desde determinados autores antineoliberales, sino la consecuencia política de una economía capitalista que ha sufrido un largo declive o «downturn» desde finales de los años setenta del siglo pasado —tesis que tomamos de los pensadores marxistas en torno al Socialist Workers Party británico—, declive que se ha resuelto en gran recesión en el 2007. En otros términos, la clase dominante, económica y política, busca soluciones cada vez más desesperadas y arriesgadas, incluso contradictorias, a la recesión —configurando una realidad socioeconómica y política que Ch. Harman denominara en su obra póstuma, de forma muy ilustrativa, «capitalismo zombie»— y ello con el solo fin de tratar de mantener a flote las ganancias del capital, de preservar sus beneficios y el sistema que los sostiene. Ya decía George Lukács, en Historia y conciencia de clase, en otro contexto similar:


La situación de crisis impide cada vez más al capitalismo evitar con pequeñas concesiones las presiones del proletariado. Su salvación de la crisis, su solución «económica» de la crisis, no puede conseguirse más que por una exacerbada explotación del proletariado.


También en este marco se ha de entender la profusión de discursos ideológicos legitimadores del capitalismo actual, que incluimos en la segunda parte del texto, entre los cuales cobran cada vez más fuerza, en consonancia con la agravación de la crisis, el irracionalismo o, en términos de G. Lukács, la «apología indirecta del capitalismo». El irracionalismo, presente en numerosos intelectuales, tanto filósofos espirituales de alto estándar, como intelectuales de segunda fila, es una ideología a negativo, por cuanto rechaza el núcleo básico de toda ideología positiva, la ética, y los valores de la libertad y la igualdad, considerándolos mera retórica. Es en consonancia un elitismo que postula la superioridad «cultural» de nosotros frente a ellos, de la elite frente a la chusma, de «occidente» sobre «oriente», de la civilización frente a la barbarie, legitimando así las nuevas formas de explotación, tanto internas como externas. Decía Gramsci:


Y qué agradable es considerarse a sí mismo como uno de los representantes autorizados de la calidad, la belleza, el pensamiento y cosas tales. ¡No hay apenas una señora en el mundo de la moda que no se imagine que está representando la función de preservar calidad y la belleza sobre la tierra!


El «mundo en que vivimos» no es en definitiva el mejor de los mundos posibles, sino un capitalismo en degeneración, socioeconómica, política e ideológica, con un alto grado de inestabilidad e injusticia. Por todo ello, desde el marxismo revolucionario, creemos que es más urgente que nunca la postulación de una alternativa de organización social, democrática y popular, a la economía mundial: el socialismo. Nuestra tesis no postula sin embargo ningún determinismo, a saber, la idea de que el capitalismo, dada la profundidad de la crisis y sus secuelas, vaya a caer inevitablemente. Lenin decía, y con razón, que, aun en la época de mayor crisis, el capitalismo siempre encuentra una salida económica a la misma. Ciertamente postulamos que, según avanza el capitalismo, sus crisis se tornan más profundas, y sus soluciones más difíciles, y por ende más agresivas y destructoras. Recordemos una vez más que las dos primeras grandes crisis del capitalismo desembocaron en sendas guerras mundiales. De la gran tercera crisis, la actual, desconocemos todavía sus consecuencias. Ello no implica empero fatalismo, ni que vayamos necesariamente al caos. Significa solamente que hay dos alternativas a la actual realidad capitalista, o bien una transformación radical de la sociedad, la planificación económica democrática, no basada en la competencia y la acumulación por la acumulación, sino en una acumulación para las necesidades de la gente, y el gobierno real de los ciudadanos, en definitiva el socialismo, o bien una solución dolorosa, injusta, y probablemente criminal, basada en un aumento de la represión de la clase obrera, incluso con medias totalitarias, si ello fuera preciso, y en el marco de un mayor conflicto internacional. Rosa Luxemburgo, siguiendo a F. Engels, lo dijo muy claramente, y ello es hoy día más válido que nunca: la alternativa reza socialismo o barbarie.



Venancio Andreu Baldó trabaja como profesor en un Instituto de Educación secundaria en Asturias. Es licenciado en Filología Clásica por la Universidad de Salamanca, Licenciado en Antropología Social y Cultural por la UNED, y Doctor en Filosofía por la Universidad de Murcia. Su tesis doctoral lleva por título Heinrich Mann: un ilustrado en tiempos de oscuridad. Ha publicado diferentes ensayos —entre los que destacan La Tragedia del Riff y El mundo en que vivimos: un análisis marxista, en dos partes—, reseñas de libros y traducciones al castellano de textos de filosofía. Ha publicado recientemente un libro que pretende abarcar de forma omnilateral la filosofía marxista, titulado El materialismo dialéctico: sistema e historia. La actualidad del marxismo revolucionario. Este segundo libro es un ensayo, basado en artículos previos pero que presentan clara unidad como obra, donde intenta analizar, desde la misma posición del materialismo dialéctico, y en dos capítulos, la realidad socioeconómica e ideológica de la actual fase del capitalismo, de lo que se ha venido a llamar «globalización». Se produce con ello al tiempo un diálogo crítico con otras tesis, de núcleo socioeconómico, político e ideológico, sobre el actual período del capitalismo.



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