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¿Poetizar la filosofía? Wittgenstein y el arte

Julián Marrades

Las observaciones de Wittgenstein sobre arte y estética se encuentran diseminadas en diversos lugares de su obra, entre los que cabe destacar: algunas notas recogidas en sus Cuadernos de notas de 1914-16; las secciones finales del Tractatus (1921); las lecciones sobre estética que impartió en Cambridge en 1938; las secciones sobre la percepción de la parte II de las Investigaciones filosóficas (1954); pensamientos más o menos dispersos incluidos en los dos volúmenes de Remarks on the Philosophy of Psychology (escritos entre mayo de 1946 y mayo de 1949) y en el primer volumen de Last Writings on the Philosophy of Psychology (redactado entre octubre de 1948 y marzo de 1949); y algunas observaciones del tramo final de su vida recogidas en On Certainty (las últimas datan del 25 de abril de 1951, dos días antes de su muerte). A estos materiales hay que añadir un conjunto importante de notas manuscritas, que abarcan desde 1914 hasta 1951, editadas en 1980 por G. H. von Wright en forma de libro con el título Culture and Value.


La recurrencia de los problemas relacionados con el arte y la estética en los escritos y lecciones de Wittgenstein es un indicio de la importancia que concedía a la elucidación de tales problemas en el “trabajo sobre sí mismo” que constituía para él la actividad filosófica. Y la dispersión de sus pensamientos sobre estas cuestiones muestra que no las abordó desde una perspectiva más o menos sistemática (como lo hizo, por ejemplo, con problemas de lógica, semántica filosófica, filosofía de la mente o teoría del conocimiento), sino en una red muy amplia de conexiones con diferentes motivos, en unos casos de naturaleza filosófica (el significado, la comprensión, la relación arte / lenguaje, etc.) y en otros casos de índole cultural y personal (el valor, la manera de vivir, la crisis de la cultura, etc.).


El libro colectivo Wittgenstein: arte y filosofía (Madrid, Plaza y Valdés, 2013), que aquí presento como coordinador del mismo, es tan poco sistemático como lo son los pensamientos de Wittgenstein sobre cuestiones de arte y estética. No pretende ser una exposición unitaria y exhaustiva del pensamiento de Wittgenstein sobre estas cuestiones. Aunque, por otro lado, sí puede considerarse una ‘exposición’, pero en el sentido en que hablamos de una exposición de pintura, por ejemplo. Bajo esta perspectiva, cada colaboración puede verse como un ‘cuadro’ de alguna o varias de las diferentes relaciones que Wittgenstein mantuvo con el arte y la estética. ¿De qué relaciones se trata?


Wittgenstein trabó una relación filosófica con el arte, que se plasma en su trabajo de análisis conceptual de la obra artística bajo el punto de vista de su naturaleza intencional. A la vez, alentó con respecto a él un interés metodológico, que se plasmó en el diseño y aplicación de ciertos recursos analíticos modelados según el patrón de la actividad artística. En otro orden de cosas, exploró la dimensión ética del arte, atendiendo a la capacidad de ciertas obras artísticas –especialmente, en el campo de la música y de la literatura– para expresar una actitud de asombro ante el mundo y para ‘mostrar’ la dimensión absoluta de la existencia, de la que no cabe ‘hablar’. También mantuvo una relación axiológica con el arte –en especial, con las vanguardias–, bajo el punto de vista de su valor en la crisis cultural de la época. Y sostuvo, finalmente, una relación práctica con la producción artística –en especial, con la arquitectura–, cuya obra puede considerarse como una expresión material de su modo de entender y vivir la vida.


Esta multiplicidad de aspectos en la relación de Wittgenstein con el arte, de la que dan cuenta sus textos y conversaciones, se complica por el hecho de que, en el transcurso de su trayectoria intelectual, modificó –y, en algunos casos, invirtió– sus puntos de vista respecto a determinadas cuestiones. Los ensayos que reúne este libro ofrecen un muestrario de la multiplicidad de perspectivas y de la variedad de posiciones de Wittgenstein respecto al arte y a la estética. Unas veces, para pensar a Wittgenstein, y otras para pensar con Wittgenstein más allá de o incluso contra Wittgenstein.


En sus notas y observaciones, Wittgenstein establece una distinción básica entre el campo de la estética y el reino del arte, mucho más restringido que el anterior. Mientras que el concepto de ‘arte’ se refiere a un dominio específico de objetos –las obras de arte– o de prácticas institucionalizadas –las artes–, el término ‘estética’ designa un conjunto mucho más amplio de manifestaciones y actitudes, no solo respecto a las obras artísticas, sino también respecto al mundo y a la vida humana.


Tal vez el rasgo más conspicuo de lo estético en el pensamiento de Wittgenstein es su irreductibilidad a lo científico. Esta contraposición puede concretarse de diferentes maneras. En el Tractatus se materializa, por ejemplo, en la tesis de la identidad de estética y ética, mientras que en las Lecciones sobre estética de 1938 lo relevante en este punto es la tesis de que las cuestiones estéticas son de un tipo conceptual muy diferente de las cuestiones empíricas. Las conexiones diversas que traza en cada contexto ponen de manifiesto que Wittgenstein proyecta el concepto de lo estético en, al menos, dos planos diferentes. En unos casos, designa un valor que concierne a la vida humana como un todo, una dimensión absoluta de la existencia que no puede ser objeto de explicación o teorización, pero sí se deja ‘mostrar’ en el modo de vivir y de actuar (incluyendo en el modo de actuar la práctica artística). En otros casos, lo estético se refiere a una reflexión conceptual sobre las condiciones y criterios de un tipo específico de experiencia de objetos del mundo –que incluye los objetos artísticos, pero no se reduce a ellos–, que difiere radicalmente de la experiencia científica.


En cada uno de esos planos la noción de estética se vincula a cuestiones diferentes. La consideración de lo estético bajo la perspectiva de lo absolutamente valioso lo liga a cuestiones tales como: la significación estética del guardar silencio acerca de lo que no se puede hablar, la actitud de asombro frente al mundo, la pasión de la claridad como norma de vida, etc. Estas cuestiones ilustran diversos aspectos de la identidad entre estética y ética, que en libro son diversamente abordadas por Allan Janik («Wittgenstein, la ética y el silencio de las musas») e Ilse Somevilla («Las dimensiones del asombro en la filosofía de Wittgenstein»). Por otro lado, la consideración de lo estético como un tipo de experiencia intencional se abre a una reflexión sobre las condiciones conceptuales de la comprensión y la apreciación estéticas, los criterios de corrección del juicio estético y la significación estética de la percepción de aspectos. De este tenor son los problemas analizados por Salvador Rubio Marco en su ensayo «Aspectos, razones y juicios en la comprensión estética: una aproximación wittgensteiniana».


Si ahora prestamos atención al concepto de arte, el cual se refiere, no a una experiencia, sino a una cosa –la obra artística–, la conexión relevante es la existente entre arte y lenguaje, en relación con el problema del sentido. También en este punto cabe advertir cierto deslizamiento en el pensamiento de Wittgenstein. Así, en el Tractatus la obra de arte es considerada un tipo de objeto –aunque, propiamente hablando, es más bien un modo de comportarse respecto al objeto: el objeto visto sub specie aeternitatis–. Tras su giro pragmático en la cuestión del significado, que le lleva a contemplar el lenguaje como un conjunto de prácticas sociales regidas por reglas, Wittgenstein abre la puerta a una visión anti-esencialista de la obra artística, la cual no se definiría por propiedades, sino por los usos que hacemos de ella y por lo que ella misma nos hace. Bajo esta perspectiva, surgen nuevos problemas: la idoneidad imaginativa de la obra artística para mostrar aspectos valiosos de la vida humana, la contextualización de las obras de arte en la cultura en que surgen como condición de su entendimiento, o la posición de Wittgenstein ante las vanguardias artísticas de su tiempo. Estas y otras cuestiones anejas son tratadas por Isidoro Reguera («¿Qué pudo pensar Wittgenstein sobre el arte?»), Luis Arenas («A lo que el arte debe apuntar: el Tractatus y el ideal de la obra de arte en el joven Wittgenstein»), Jean-Pierre Cometti («Wittgenstein y el arte del siglo XX. Pensar con Wittgenstein contra Wittgenstein») y Carla Carmona («De arte y otros miradores. Mirar el arte desde la filosofía de Wittgenstein y la filosofía de Wittgenstein desde el arte»).


En unos contextos, Wittgenstein aborda ciertos filosofemas refiriéndolos al arte o a la obra artística, en general. Pero otras veces los plantea en relación con alguna de las artes particulares, en especial la música, la literatura y la arquitectura. En su relación con la música, para la que parecía especialmente dotado y con la que estaba familiarizado desde su infancia por el mecenazgo familiar y el entorno cultural de la Viena finisecular, destacan dos cosas: por un lado, su interés por el problema del significado y la comprensión en la música, y las conexiones entre música y lenguaje; por otro lado, su aprecio por la música del clasicismo y del romanticismo y su antipatía por el modernismo, así como su valoración de este tránsito como un síntoma del final de una gran cultura. Estas cuestiones son examinadas por Antoni Defez en su ensayo «Wittgenstein y la música». De otra parte, las obras poéticas y literarias fueron para Wittgenstein un espejo particularmente idóneo para descubrir y mostrar, en su complejidad y riqueza de matices, actitudes éticas que escapan a la lógica del discurso racional. En esta línea de pensamiento se orienta el ensayo de Nicolás Sánchez Durá «La virtud moral de las alegorías: Wittgenstein y Hadjí Murat». En lo que respecta a la arquitectura, el diseño de la casa que construyó para su hermana Margaret, junto con Paul Engelmann, constituye la materialización espacial de una idea del habitar que se halla en plena sintonía con valores éticos y estéticos con los que él se identificaba. Este es el tema central del ensayo de August Sarnitz «La arquitectura de Wittgenstein. Reconstrucción de una idea edificada».


Habría aún que mencionar otro aspecto de la relación de Wittgenstein con el arte, que concierne a la determinación del modo como entendió su propia actividad filosófica. Wittgenstein es un buen ejemplo del dictum de Fichte según el cual la clase de filosofía que uno hace depende del tipo de hombre que uno es. O, dicho con palabras del propio Wittgenstein, la filosofía de un hombre es cuestión de temperamento. En los pensamientos de Wittgenstein se expresa su personalidad, no solo en lo que respecta al contenido, sino también por lo que hace a la forma. Y la forma de los pensamientos de Wittgenstein está, en cierto sentido, inspirada por la actividad del artista. En el año 1933 –en su camino desde la filosofía del Tractatus a la de las Investigaciones– dejó escrita esta nota: «Creo haber resumido mi posición con respecto a la filosofía al decir: de hecho, la filosofía solo se debería poetizar». No es fácil determinar el sentido que tiene aquí el término «poetizar», pero en todo caso está relacionado con una actividad artística. En su ensayo «Wittgenstein, constructor de modelos», Julián Marrades aborda cuestiones que conciernen a lo que, tentativamente, cabría llamar la visión de la filosofía de Wittgenstein como arte o desde el paradigma del arte: el recurso metodológico a casos particulares como instrumentos para la clarificación de otros casos, la invención de modelos, el uso de comparaciones o el empleo heurístico de metáforas.



Julián Marrades es catedrático del Departamento de Metafísica y Teoría del Conocimiento de la Universidad de Valencia. Sus investigaciones más recientes se han desarrollado en tres líneas principales: la conexión entre verdad y moralidad, la teoría de la racionalidad y las relaciones entre arte y filosofía, con especial atención a la filosofía de la música. Ha publicado numerosos artículos sobre tópicos de filosofía moderna y contemporánea. Es autor de El trabajo del espíritu. Hegel y la modernidad (2001) y coeditor de Mirar con cuidado. Filosofía y escepticismo (2004). Entre sus publicaciones sobre la filosofía de Wittgenstein se encuentran: Wittgenstein a la luz de Aristóteles (2008), Subject, World and Value. Some Hypotheses on the Influence of Schopenhauer in the early Wittgenstein (2011) y Sobre la noción de forma de vida en Wittgenstein (2014).



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