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Reconciliar el pensamiento y la vida

Olga Belmonte García


Franz Rosenzweig (1886-1929) es un filósofo judío y alemán poco conocido en España, pero que ha influido en autores que sí han tenido más repercusión, como es el caso de Martin Buber o Emmanuel Levinas. Quizá el propio pensamiento del autor, difícil de clasificar, haya dificultado la difusión de su legado. Se situaba siempre en una especial tierra de nadie en la que precisamente podían confluir y dialogar posiciones aparentemente alejadas. Estamos ante un pensamiento que nace del diálogo y da las claves para una búsqueda dialogada de la verdad.


Por un lado, Rosenzweig decidió crear una institución, para formar a jóvenes judíos alemanes, que estuviera desvinculada de la universidad alemana y de las sinagogas. En cuanto a su concepción del judaísmo, no era sionista, pero tampoco asimilacionista, sino que proponía una visión intermedia: el disimilacionismo. Finalmente su pensamiento permanece entre la tradición filosófica occidental y las fuentes del judaísmo. Podemos decir que no es fácil situar al autor en los programas académicos, porque desde la filosofía se le considera teólogo y desde la teología se le considera filósofo (es difícil comprenderle solo con categorías filosóficas o solo con categorías teológicas).


Rosenzweig se sitúa, por tanto, entre lo judío y lo alemán, entre el asimilacionismo y el sionismo, entre la filosofía y la teología. Su pensamiento se desarrolla en el horizonte del “y” que une ambas orillas. La “y” hace posible la relación a la vez que preserva la pluralidad. Para Rosenzweig la conjunción “y” representa la relación en la que no hay reducción, sino diálogo, encuentro, conjunción (no una síntesis dialéctica en la que ambos quedan superados). Esta “y” está también presente en su forma de plantear la relación entre el judaísmo y el cristianismo, entre la vida y el pensamiento, entre el tiempo y la eternidad.


La obra más importante de Rosenzweig es La Estrella de la Redención (Ediciones Sígueme, 1997), que no fue comprendida por sus lectores iniciales, lo que le llevó a escribir dos introducciones a ella: el Nuevo pensamiento (Visor, 1989) y El libro del sentido común sano y enfermo (Caparrós Editores, 1994), aunque esta última le pareció que no debía publicarse. El libro que ahora se publica en Ediciones Encuentro, titulado por el propio autor El país de los dos ríos, y magníficamente traducido por Iván Ortega Rodríguez, reúne una selección de lecciones y ensayos escritos entre 1914 y 1927 (quedan fuera de la selección casi todos los que se publicaron en Lo humano, lo divino y lo mundano- Lilmod, 2007). El título hace referencia a Mesopotamia y remite, como todo su pensamiento, a la posibilidad de tender puentes entre tradiciones diferentes, mostrando así que la autenticidad no está reñida con el diálogo. La verdad no se sitúa aquí como punto de partida individual, sino como una meta que se alcanza en diálogo con otros.


Las lecciones que Rosenzweig impartía en el Centro Libre de Estudios judíos tienen un doble valor: por un lado introducen en los contenidos de su obra principal y de su filosofía; por otro lado, son textos que encuentran su sentido más allá de ellos: en la vuelta a la vida cotidiana tras su lectura y discusión. Estas lecciones pueden ser leídas en el contexto de un aula, de forma que nos dejemos interpelar por ellas. Las preguntas que plantean son eternas, de modo que pueden abordarse cada día. Los textos invitan a poner las preguntas eternas en diálogo con las acciones cotidianas, de forma que la propia vida vaya resolviendo los enigmas, a cambio de plantear otros nuevos.


Si abandonamos los prejuicios y las inercias (sistemas, conceptos heredados que nublan nuestra capacidad de atender a los acontecimientos cotidianos), descubriremos en estas páginas cómo este Nuevo Pensamiento introduce nuevas categorías, porque bebe de las fuentes de la vida. La paciencia, la confianza, la esperanza y la humildad, serán el equipaje necesario para iniciar este nuevo modo de recorrer la vida y de afrontar los acontecimientos que irrumpen en ella, de la mano de un pensamiento que no los niegue, sino que dé claves para reconocer el sentido que de ellos mismos brota.


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Además de las lecciones, encontramos en esta obra textos en los que Rosenzweig se pregunta en qué debe consistir la formación judía en Alemania. En 1913 estuvo a punto de convertirse al cristianismo, como hicieron amigos y familiares suyos. Pero tras acudir a la sinagoga en el Día del Gran Perdón, comprendió que la conversión no era imprescindible para él, por lo que le resultaba imposible. A partir de ese momento trató de comprender qué significa ser judío, qué sentido brota de la vida judía, más allá de lo celebrado en el culto o de la observancia de la ley.


La búsqueda interior de Rosenzweig se tradujo en un proyecto de transformación exterior: creó el Centro Libre de Estudios judíos con el fin de mediar entre las posiciones asimilacionistas, que corrían el peligro de perder y diluir la identidad judía, y las posiciones sionistas, que podían conducir al aislamiento de los judíos en el Estado alemán. Rosenzweig propone regresar a las fuentes judías presentes en el corazón de los judíos. Este regreso es una conversión (como la que él vivió), desde la que se comprende la patria judía como un hogar espiritual, que no está asociado a un territorio ni a una lengua, sino a un modo judío de pensar, hablar o comportarse.


La formación que propone no gira en torno al culto ni a la ley, sino que atiende a la vida cotidiana y al sano sentido común, de la mano de la paciencia, la confianza y la esperanza. Pensar judíamente supone emprender un éxodo respecto de la filosofía tradicional y recuperar la enseñanza que ofrece el año litúrgico judío: el día festivo se convierte así en la escuela para la vida cotidiana. El objetivo de Rosenzweig en sus clases es “tejer de nuevo los hilos desgarrados entre lo cotidiano y el día de fiesta” (p. 192).


Rosenzweig vincula esta recuperación del origen con la curación del sentido común, que enfermó de desconfianza, de miedo ante la incertidumbre, de la necesidad de especializarse en todo aquello en lo que no cabe especialización alguna: el saber de Dios, el hombre y el mundo. Abandona el saber experto (propio del sentido común enfermo) en nombre del sano sentido común. La vida cotidiana, entendida como la “semana laboral del pensar”, se presenta en estas páginas como una preparación para “el Sabbat del pensar”, en el que lo cotidiano encuentra confirmado su sentido.


Esto supone optar por ser humilde y obrar con buena conciencia, es decir, reconciliando la vida y el propio pensamiento. Es una tarea que incumbe a todos, judíos, cristianos, de cualquier otra religión o con una espiritualidad al margen de las religiones concretas: ¿en qué medida vivimos reconciliando nuestro pensamiento y nuestra vida? Rosenzweig nos invita a vivir la vida reconociendo que ella es la maestra de las preguntas filosóficas y no la invitada de piedra de los discursos de los sabios.


La tercera parte de esta obra se titula “Paralipomena (Esbozos de un nuevo pensamiento)”. Es el texto en el que los pensamientos de Rosenzweig se muestran más vivos, y por ello menos elaborados y accesibles para el lector. Son los apuntes y las anotaciones que hizo en sus cuadernos, entre 1916 y 1918, durante la Gran Guerra, desde las trincheras de los Balcanes. En ellos hay continuas referencias a otros autores (casi siempre implícitas, de ahí la dificultad de su traducción y comprensión), reflexiones al hilo de lecturas, conversaciones… El interés de estas anotaciones radica en que constituyen el germen de su gran obra: La Estrella de la Redención y recogen la conversión filosófica y vital que le lleva, por un lado, a alejarse de la filosofía de Hegel, de la que se ocupó en la elaboración de su tesis (Hegel und der Staat), y, por otro lado, a tomar la decisión profesional de no ser docente en las universidades alemanas (según el modelo asimilacionista).


El País de los dos ríos concluye con una selección textos en los que Rosenzweig comenta y discute obras de autores contemporáneos; hay en ellos un diálogo continuo con quienes tenían una concepción distinta de la filosofía y del judaísmo. Entre los autores a los que hacen referencia los textos se encuentra su amigo Martin Buber, con quien tradujo la Biblia entre 1925 y 1929, año en que Rosenzweig murió a causa de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) que le mantuvo postrado los últimos ocho años de su vida.


La parálisis física sufrida en los últimos años no se tradujo en una parálisis vital ni filosófica. Rosenzweig permaneció activo, escribiendo y traduciendo, con la ayuda de su mujer, que transcribía primero las palabras, después los gestos y finalmente los parpadeos de Rosenzweig. Llama la atención la confianza y la paz que reflejan sus palabras en los textos escritos a partir de 1921, año en que se manifiestan los primeros síntomas de la enfermedad. Quizá una de las claves de esta disposición ante la vida fue su capacidad para reconocer en ella las claves que revelan el sentido que tiene vivirla.



Olga Belmonte García. Doctora en Filosofía por la Universidad Pontificia de Comillas (2008), donde es profesora desde 2010. Imparte materias vinculadas a las áreas de Ética y Filosofía de la Religión. Profesora invitada en la Pontificia Universidad Católica de Chile, entre abril y junio de 2014, para impartir el seminario “El amor al prójimo en la filosofía contemporánea”. Forma parte del consejo de redacción de la revista Razón y fe y del Centro de Reflexión Alberto Hurtado. Autora del libro La Verdad Habitable. Horizonte vital de la Filosofía de Franz Rosenzweig (UPCO, 2012). Coordinación de libros: De la indignación a la regeneración democrática (UPCO, 2014); Pensar la justicia, la violencia y la libertad (UPCO, 2012).


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