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Cómo leer a Whitman. Una nota crítica sobre la influencia de Canadá

Antonio Fernández Díez


De acuerdo con la característica identificación del autor con su obra en la escritura del ensayo desde Montaigne, el valor de lectura del Diario de Canadá de Whitman podría ser el testamento, una escritura, sin embargo, inconfundiblemente casi acabada o definitiva, la última palabra sobre la vida de alusión obligada a la muerte o en el transcurso conscientemente suspendido de la enfermedad, la vida como convalecencia, tal vez la ausencia de vida bien entendida, pero sin duda no la muerte. Thoreau dijo que el reformador es ya un convaleciente.[1] Abusus non tollit usum, enseñaba la experiencia latina. Luego la curación está en el uso o, deberíamos decir, la utilidad. En la medida en que el ser humano resulta útil, esto es, en la medida en que el ser humano sirve a otros, permanece lejos de la enfermedad. En otras palabras, la aprehensión de la totalidad en la unidad es objetivamente salvífica, lo que recuerda cierto estoicismo. Whitman aplicó este principio, por así decirlo, no solo en su poesía prácticamente a lo largo de toda su vida, sino que el trasfondo del Diario de Canadá que tenemos aquí adolece de una recaída previa en la enfermedad oculta tras un estado permanente de convalecencia, aunque no de indisposición y apatía. La vida obliga. El lector se consolará reconociendo en sus páginas que la naturaleza no envejece, sino que la lectura es, o aspira a ser, una renovación de y en todos los sentidos. La escritura, o incluso el título, de Hojas de hierba, por ejemplo, apenas reconocida en lengua española por sus caracteres universales, y que abarcaría con razón toda la vida del autor, intuye maravillosamente la experiencia que excede la naturaleza del mundo y de las cosas, la libre proyección del pensamiento y de la conciencia más allá de la condición humana. El olvido y el declive de la personalidad, la extrañeza y el abandono, el escepticismo y la filosofía de la decadencia, el conocimiento de sí mismo y la existencia inmediata de la divinidad, también son rasgos hasta cierto punto de la naturaleza, íntima y profundamente conectados entre sí. En respuesta a esta aversión, la personalidad, o la teoría de la personalidad (personalism) que Whitman había aprendido del individualismo emersoniano, era sobre todo para el poeta un reflejo de la educación liberal inspirada en la lectura de los clásicos, traducida en la aspiración a crear una república original de las letras. La teoría de la personalidad conlleva su propio culto, lo que implica una lectura entreverada de la propia personalidad que acabaría siendo el paradigma de la obra de Whitman hasta extremos casi patológicos, como ponía de manifiesto el doctor Bucke sin ser una excepción. Pero el culto de la personalidad es incompatible por definición con la realización de una república de las letras y, en consecuencia, también sería incompatible con la democracia en el sentido político que Whitman proponía en Perspectivas democráticas, especialmente como una democracia profética o para las generaciones futuras.[2] La afectación y la inmediatez de Hojas de hierba no volvería a darse, en mi opinión, en ninguna otra de sus obras. Una democracia profética o natural o inspirada en la naturaleza requiere, como escribió Emerson en sus Diarios a propósito de lo que ha denominado su propia ética literaria, una lectura natural y tal vez así no haga falta, si es que alguna vez lo ha hecho, una escritura natural.[3] A menudo el interés político, representado ejemplarmente para Whitman en la figura de Lincoln sobre la que impartiría numerosas conferencias extraordinariamente remuneradas al final de su vida, no hace justicia a la continuidad que se presupone en la vida o, apenas póstumamente, en la biografía. La influencia de la creación, y de la creación de Canadá, solo puede ser entendida legítimamente para el escritor, el poeta y el filósofo como un poder para crear. Dewey, discípulo de Emerson tanto como Whitman, hablaba de recreación, pero ninguna experiencia inmediata, ni mucho menos la experiencia inmediata de la naturaleza, sería estrictamente una recreación.[4] Si la democracia es, por así decirlo, la contrarreforma de la filosofía, la poesía, y el Diario de Canadá, es la última palabra de la naturaleza. Considerar a Whitman como filósofo sería lo mismo que considerarlo como poeta. El poder para reformar, como Thoreau sabía bien, debe ser efectivamente el poder genuino de la creación. Toda filosofía de la naturaleza debe cumplir con su obligación reformista del espíritu, de la misma manera que toda filosofía del espíritu debe corroborar la impresión anterior, empezando por la exigencia de una lectura natural (a natural reader) o al menos de una escritura natural (natural writers) de las vivencias que posiblemente superan el valor de la personalidad. La filosofía natural, dijo Emerson, se escribe fielmente.[5] La fidelidad o la confianza en sí mismo implícita en la escritura del Diario de Canadá, y explícita en y para el lector de Hojas de hierba, abría paso a la democracia profética con que Whitman muestra la apreciación superior de la naturaleza, el principio de identidad de lo real con lo ideal que en el fondo, y desde el pasado, configura y articula la democracia o al menos una democracia natural, al mismo tiempo que deja entrever que esa democracia no sería posible a menos que fuera como una paradoja o, a lo sumo, como una metáfora literaria o una abstracción filosófica para pensar, por ejemplo, en la relación entre Canadá y los Estados Unidos como parte de América con una historia común compartida. Whitman podía presumir, como Horace Trauble dejó anotado, de que «su rostro, ni siquiera momentáneamente, expresara desprecio o algún mal sentimiento».[6]


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NOTAS


[1] H. D. Thoreau, ‘Reforma y reformistas’, en El manantial. Escritos de desobediencia civil, ed. y trad. de A. Lastra y A. Fernández Díez, Página Indómita, Madrid, 2016 (en curso). «Los reformadores —dijo Thoreau— son sin duda los verdaderos antepasados de la próxima generación, mientras que los conservadores pertenecen a una familia en decadencia. […] Los dos están enfermos, pero el reformador es ya un convaleciente». Leer a Whitman como un reformador, especialmente en su obra Perspectivas democráticas, y hasta cierto punto en el Diario de Canadá en la medida en que la democracia natural de Canadá trascendería Canadá e incluso la idea de América y la experiencia americana, supone distinguir entre imperio y utopía como clave de la crítica en los Estados Unidos, estudiando la posibilidad de que la democracia natural, esto es, una democracia inspirada en la naturaleza, como veremos, no fuera más que una democracia utópica o tal vez profética.


[2] Whitman, Perspectivas democráticas y otros escritos, introd. de G. Kateb y trad. de J. Pardo y C. Zotti, Capitán Swing, Madrid, 2013, pp. 334 y ss.; sobre la personalidad de Lincoln, p. 220.


[3] «En una época verdadera —escribió Emerson— no habría escrito». Véase R. W. Emerson, Diarios, ed. y trad. de A. Lastra y F. Vidagañ Murgui, Ápeiron Ediciones, Madrid, 2015, p. 174.


[4] Dewey, Arte como experiencia, trad. de J. Claramonte, Paidós, Barcelona, 2008, pp. 62 y 325. Para Dewey, la relación entre la naturaleza y la experiencia es equiparable a la relación entre el creador y su obra, un motivo de la originalidad de la obra de arte y no de la imitación de la naturaleza. Sin un «acto de recreación», el objeto no puede ser percibido como obra de arte. La recreación sería, por tanto, mediadora, la condición de posibilidad de la obra y, con más razón, en Whitman. En ese sentido, la clave de la obra de Dewey, en mi opinión, es que siempre se trata de crear la experiencia desde el punto de vista de su completud.


[5] Emerson, Diarios, p. 172.


[6] R. M. Bucke, Cosmic Conciousness. A Study in the Evolution of the Human Mind, introd. de G. M. Acklom, Dover Publications, Inc., Mineola, Nueva York, p. 217.

Antonio Fernández Díez es miembro del Grupo de Investigación en Pensamiento Norteamericano del Instituto Franklin de la Universidad de Alcalá y del Consejo de Redacción de La Torre del Virrey. Revista de Estudios culturales. Ha traducido a autores como Walt Whitman, Henry David Thoreau y Ralph Waldo Emerson y a contemporáneos como Kwame Anthony Appiah y Russell B. Goodman. En la actualidad escribe su tesis doctoral sobre la experiencia en la obra de Ralph Waldo Emerson y su recepción en el ensayo, y prepara un libro de estudios sobre literatura norteamericana contemporánea.


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