Una introducción a "Encrucijadas Morales. Una aproximación a los dilemas y su impacto en el razonami
Guillermo Lariguet
I
No estoy seguro de si resulta un signo de estos tiempos tener la oportunidad de presentar una suerte de introducción al propio libro escrito por un autor. En este caso a Encrucijadas morales. Una aproximación a los dilemas y su impacto en el razonamiento práctico, de Plaza y Valdés, Madrid, (2011a). Posiblemente por la presencia de estos signos, comentar el propio libro a cara lavada no sea vergonzante. A diferencia del gran David Hume, no tengo que fraguar un “otro ficticio” (ese “caballero escocés”) que, como en el caso de Hume, escriba unas objeciones al Tratado de la naturaleza humana. Por sorprendente que pueda parecernos, la obra de este gran filósofo no iba bien de ventas. Hume tuvo que reescribir una versión abreviada y publicarla bajo la forma de folletos. Además, tuvo que azuzar a un público mucho más indiferente a su Tratado que a su más exitosa -en ese momento- Historia de Inglaterra (Da Silveira, 2010 p. 126).
Sea por una “crisis” del libro impreso, sea por la supuesta sobreabundancia de cosas para leer, los académicos cada vez leen menos libros, cada vez leen más rápido, y cada vez leen menos a sus propios colegas; al menos los colegas con los que existe una suerte de comunidad de la lengua natural y que, por diversos factores, pertenecen a una patria más o menos común: la patria filosófica iberoamericana. Para intentar detener la influencia deletérea de estos factores, se me ha ofrecido la posibilidad de escribir una introducción para mi propio libro. Una introducción y no un aperitivo; porque al hablar de dilemas, difícilmente cuaje bien el uso de la expresión relajante de “aperitivo”.
De cualquier manera, una introducción corre el riesgo de ser una especie de inmoralidad como ya vio Francisco de Quevedo con (al menos algunos) prólogos realizados a libros determinados. Prólogos dedicados a adornar con virtudes intelectuales la obra en cuestión; virtudes que la obra supuestamente tendría. Para esquivar este riesgo, no deseo florear el libro con sus supuestos preciosos atributos. Voy a mostrar un poco (no todo, para esperanzarme en que el libro será más leído) las principales líneas de problemas filosóficos que abordo en esta obra. Pero además quiero presentar esta investigación señalando tres clases de objeciones -o más piadosamente-, vías abiertas que todavía debo responder. Lo halagüeño sería, con todo, que si estas objeciones o vías están abiertas es porque el libro ha tenido la capacidad de suscitarlas.
II
Un buen punto de arranque consiste en preguntarse por qué un filósofo debiera interesarse por el tema de los dilemas morales. Esto quizá suene a una forma eufemística de defender por qué hay que “comprar” el libro; pero en realidad, si usamos este -quizá inapropiado- lenguaje comercial, podríamos preguntarnos, como se acostumbra a decir ahora, por qué un filósofo debiera comprar la idea de los dilemas. La respuesta más obvia y cierta es, en primer lugar, porque los dilemas constituyen un fenómeno conceptual –y vital si son reales como creo- muy, pero muy interesante. Este rasgo de interés se puede apreciar, por un ejercicio de contraposición, en el gran rechazo que el fenómeno ha tenido entre muchos filósofos importantes. En su República Platón abominaba de los poetas trágicos que corrompían el alma de la ciudad con la dramatización de supuestos dilemas trágicos. Tres veces lejos de la verdad están, dirá en forma lapidaria Platón respecto de los poetas trágicos. Kant sostendrá que las obligaciones no pueden, por razones conceptuales, colisionar en forma genuina si es que estamos ante deberes “perfectos”. Hegel sostendrá que un estado racional de derecho garantizaría la reconciliación de las diferentes caras la moneda de un conflicto. Antígona y Creonte no tendrían espacio para un estado como el hegeliano.
Pero los pocos ejemplos que doy podrían también aludir a nuestro presente más cercano. Por ejemplo, la filósofa española Victoria Camps (2011, pp. 263-264), apoyándose en Diego Gracia, no vacila en afirmar en forma contundente que “la realidad es problemática y no dilemática”. Los que hablamos de dilemas solo construimos escenarios fantásticos; hacemos una presentación abstracta de los problemas morales planteando situaciones de dilemas en una especie de no man´s land; una suerte de filosofía de nubes alejada de la realidad. Se podría añadir que de esta cantera fantasiosa surgen casos como los del tranvía ideado por Foot, la tabla de Carnéades, los exploradores de caverna de Fuller y un extenso –y quizá fastidioso para Camps- etcétera. Tanta pasión en el rechazo sorprende un poco. Porque ni siquiera se acepta la posibilidad de que los filósofos pensemos en situaciones de dilema a título de experimento mental. No es algo raro hacerlo. Putnam puede pensar en las tierras gemelas; Chalmers en los zombis; Nagel en qué es ser como un murciélago; Frank Jackson en lo que María no sabía… Los experimentos son como una suerte de contrafácticos; un escenario ideal que sirve como banco de prueba de esas entidades –aún algo misteriosas para nosotros los analíticos- que llamamos las “intuiciones filosóficas”. Pero, ¿qué es lo que queremos poner a prueba con una reflexión sistemática sobre los dilemas morales?
III
En mi libro Encrucijadas Morales sostuve que los dilemas son una forma grave de conflicto moral. La gravedad obedece, en primer lugar, a que plantean la posibilidad –no meramente apriorista- de que los sujetos morales a nivel interno, o en sus interrelaciones, enfrenten conflictos entre opciones de valor intrínsecamente importantes pero que, juntas, llevan a una suerte de contradicción (o encrucijada como en el título de mi libro). Algunos filósofos como Bernard Williams podrían molestarse con la falta de precaución de usar el término contradicción, un término lógico, para hablar de conflictos entre “deseos” que, como tales, son inertes, supuestamente, a la lógica. En mi libro muestro estos problemas; investigo cómo se aplica la lógica deóntica a estos conflictos y, de última, si es analíticamente posible, usar la lógica para representarlos. Pero lo más importante que me pregunto es si es factible conciliar filosóficamente las verdades racionales de la lógica contrariadas por los dilemas (en el caso de principios como “debe implica puede”, “conjunción deóntica”, “consistencia deóntica”, etc.) con la aceptación intuitiva de que nuestra fenomenología moral terráquea sí que nos plantea casos dilemáticos donde no se pueden acomodar todos los principios de lógica a la vez.
Pero apenas he dicho poco sobre la gravedad de los dilemas. Un problema crucial de los dilemas es que ponen en entredicho la capacidad de la ética (especialmente la llamada “normativa”) para guiarnos sobre qué debemos hacer en situaciones así. Si el negocio del ético no consiste en brindarnos respuestas correctas para nuestros problemas morales más acuciantes, mejor sería que cerrara el negocio, como ha dicho alguna vez Richard Hare. Pues bien, en mi libro indago en las dificultades conceptuales que los dilemas nos presentan para pensar en las respuestas correctas para estos problemas morales agudos que nos generan los dilemas. Somos conscientes, de hecho, de que nuestro ethos es cada vez más pluralista. En el libro muestro que el fulcrum de nuestras sociedades democráticas está dado por la existencia de opciones de valor que nos demandan cosas diferentes, muchas veces incompatibles. Algunos añadirían que también son opciones inconmensurables por lo que carecemos de meta-criterios racionales de solución. Al final, el mayor estropicio se vería en el teatro político-moral pues, nuestros “entitlements”, o nuestros “rights” son, como ha dicho MacIntyre en After Virtue, “ficciones” (para una referencia a dilemas surgidos del choque entre derechos constitucionales, Lariguet, 2011b).
IV
No quiero contar toda la trama de mi libro. Sería de pésimo gusto si lo que deseo es que el trabajo sea leído para ser discutido, e incluso defenestrado. ¡Mejor eso que la indiferencia! A modo de cierre quiero plantear algunas vías abiertas que mi libro deja; es decir, que mi texto no resuelve (a diferencia de Wittgenstein creo que varios problemas son genuinos y los filósofos tenemos la demanda ética de resolverlos). Aunque no los resuelve, diría que buena parte de mi obra en marcha actualmente intenta hacerlo. Voy a identificar tres de estas vías.
La primera es que en mi libro no pongo todo el acento en el “aspecto trágico” de muchos dilemas morales. Es verdad que en parte esa tarea sí fue hecha en un libro mío anterior (Lariguet, 2008). Sin embargo, si hay un punto escabroso para el análisis filosófico, ese está dado por el ya aludido rasgo trágico. Hay dos notas que quiero ahora subrayar de lo trágico y que en mi libro no aparecen con toda la fuerza. La primera tiene que ver con lo que en The Fragility of Goodness Nussbaum (2001) bien ha llamado la “fragilidad del bien”. Las tragedias muestran cómo la (mala) fortuna desnuda nuestras limitaciones cognitivas, corporales y morales. Las nociones de vida floreciente, o para hablar en términos modernos y no anacrónicos, nuestra agencia pretendidamente autónoma, basada en la idea de un agente que tiene control sobre sus acciones y por eso es activo, son desafiadas por eventos desafortunados. Como me ha dicho mi colega Luciana Samamé, y antes el estagirita, ¿quién puede mantenerse en la virtud si es puesto en el toro de Falaris? O, como algún personaje de Sartre, en Muertos sin sepultura, qué triste es pensar que una vida moral se vaya al demonio por unos minutos finales de tortura. La tragedia pone en fricción un concepto nodal de los aristotélicos y neo-aristotélicos: la virtud (Lariguet, 2014a). Si, por definición, la genuina virtud no se pierde, ¿qué respuesta tenemos para los casos del toro de Falaris o los muertos sin sepultura? Una respuesta buscaría alivianar la estrecha densidad analítica del concepto de virtud buscando acomodar estos casos. Otra respuesta más fanática –pero analíticamente posible- sería decir que los torturados, a fin de cuentas, no eran genuinamente virtuosos. Pero, como quiera que sea la respuesta, los dilemas tienen la virtud intelectual de poner en discusión el alcance que estamos dispuestos racionalmente a conceder a las virtudes morales.
Otro aspecto que aparece muy poco en mi libro es el de las emociones morales. Como conceptos psicológicos, ellas podrían ser vistas como apreciaciones cognitivas de lo que podríamos denominar, sin miedo a la metafísica, como “nuestra realidad moral”. Cognitivas, por lo pronto, porque pueden darnos una representación fidedigna, sea mediante introspección, sea mediante percepción, imaginación, deliberación, etcétera, de lo que (nos) está pasando en cierto momento. Si las tragedias de Sófocles-Esquilo-Eurípides enseñan compasión, y las comedias de Aristófanes a trascender nuestra vergüenza y no proyectarla en forma discriminativa sobre grupos que luego serán dominados o excluidos, entonces una reflexión sobre las emociones se impone. Necesitamos saber su lugar en nuestra corporalidad; la relación que podamos entablar entre la mente y el cuerpo; entre esta díada de la filosofía de la mente y nuestras nociones morales de agencia, conflicto, excusa, responsabilidad. Necesitamos, por lo pronto, determinar los lugares que las emociones están llamadas a ocupar en el enfrentamiento con los conflictos morales y políticos con distintos grados de seriedad que podemos tener. Como ha mostrado recientemente Nussbaum (2013), las emociones pueden coadyuvar a una mayor estabilidad de nuestras sociedades democráticas (en tanto se las pueda conectar de algún modo con nuestros principios políticos) y a concedernos mayor eficacia motivacional para realizar ideales de un liberalismo político-igualitarista centrado en la garantía de una mayor libertad, pero a la vez de una mayor inclusión social de sectores desaventajados por repartos sociales caprichosos o por los aciagos desatinos de la lotería natural).
Finalmente, una vía abierta por mi texto –y en la que, como en el caso de las emociones, me hallo trabajando- es cómo ver nuestras teorías morales respecto de la asunción o no de dilemas. En mi libro ciertamente avanzo en la dirección de esta vía; sin embargo, hay todavía mucho por hacer. En principio, nuestras teorías podrían dar lugar a los dilemas aceptando su posibilidad conceptual y empírica. Pero, ¿qué se sigue de ello? Una respuesta podría ser, tal como exploro en mi libro, que si los dilemas son “auténticos” (de lo contrario serían pseudo-dilemas) entonces, por definición, ellos no tienen respuesta correcta. Sin embargo, es también verdad que las teóricos morales no nos complacemos en una especie de fatum mahometanum. Buscamos llegar al fondo, tocar una roca en que encontremos salidas promisorias para las encrucijadas vitales. La salida más exquisita, como digo en mi libro, es lo que llamo la “tercera vía”; algo así como un exitoso y aliviador escape entre los cuernos del dilema. Métodos como el equilibrio reflexivo apuntan en esa dirección. Otra alternativa es articular una heurística del “mal menor”. Si un rasgo trágico de ciertos dilemas es el “mal inevitable”, pues mejor sería buscar una salida que minimice el aspecto fatídico de los mismos (Lariguet, 2009; 2014b). En ambos casos, una investigación sobre lo que nos enseñan las tragedias, es de suma relevancia intelectual. Aun si ahora estamos mal parados por un dilema trágico, podemos aprender –y podemos comprometernos- a qué hacer para evitar estas mismas situaciones a futuro.
Referencias
Camps, Victoria. 2011. El gobierno de las emociones. Herder. Barcelona.
Da Silveira, Pablo. 2010. Historias de filósofos. Punto de Lectura. Buenos Aires.
Lariguet, Guillermo. 2008. Dilemas y Conflictos Trágicos. Una investigación conceptual. Prólogo de Manuel Atienza. Palestra-Temis. Lima-Bogotá.
Lariguet, Guillermo. 2009. “The concept of tragic conflict: between challenge and hope”. Facing Tragedies. Vol. 1. Sedmak, Schweiger, Hamilton, Neumaier (editores). Wien. Lit-Verlag.
Lariguet, Guillermo. 2011a. Encrucijadas Morales. Una aproximación a los dilemas y su impacto en el razonamiento práctico. Prólogo de René González de la Vega. Plaza y Valdés. Madrid.
Lariguet, Guillermo. 2011b. “Dos concepciones de los dilemas constitucionales. Comentarios a algunas tesis de Lorenzo Zucca”, en Zucca, Lariguet, Zorrilla y Álvarez, Dilemas Constitucionales. Una discusión sobre sus aspectos jurídicos y morales. Marcial Pons. Madrid.
Lariguet, Guillermo. 2014a. “Tragedia y carácter moral. En torno a El saber del error. Filosofía y Tragedia en Sófocles de Rocío Orsi”, Discusiones. Bahía Blanca. (En prensa).
Lariguet, Guillermo. 2014b. “Los zorros y los erizos frente a la democracia deliberativa. En busca de una tercera mejor posición”. Constitución y Proceso. Roberto Álvarez Coordinador. Ara editores. Lima.
Nussbaum, Martha. 2001. The fragility of goodness. Luck and ethics in Greek tragedy and philosophy. Harvard University Press. Harvard.
Nussbaum, Martha. 2013. Political Emotions. Why love matters for justice. The Belknap Presss of Harvard University Press. Cambridge-Massachusetts, London.
Guillermo Lariguet es Doctor en Derecho y Ciencias Sociales, con mención en Filosofía del Derecho, por la Universidad Nacional de Córdoba. Investigador del Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET). Ha realizado estancias de investigación filosófica en la Universidad de León y Pompeu Fabra de España y en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, México. Ha dictado conferencias y cursos de posgrado y doctorado en filosofía en universidades de Argentina, México, España, Austria, Colombia, Chile, etc. Cuenta con más de 65 publicaciones en revistas filosóficas internacionales sobre temas de filosofía moral, política, metafilosofía, filosofía de la mente, filosofía jurídica, etc.
Su mail es gclariguet@gmail.com