Un ensayo sustraído
Javier Alcoriza
A petición de su editor, con el fin de equiparar la segunda a la primera serie de Ensayos que Emerson había publicado, el autor añadió al final de la segunda serie una conferencia, ‘New England Reformers’ (Reformadores de Nueva Inglaterra), que suele quedar excluida de la edición de las dos series de Ensayos. Los editores se atienen así al criterio original del escritor, cuya obra había considerado concluida con su último ensayo, ‘Nominalistas y realistas’. ‘Nominalistas y realistas’ apunta a la contraposición filosófica que sirve bien al propósito final de los Ensayos de Emerson, que podía ser, en efecto, impedir que el final de la escritura fuera el final de los argumentos que habían tomado cuerpo en ella. Reconocer la parte de verdad correspondiente a cada lado de aquella controversia ilustraría bien el sentido interminable o trascendente del trabajo intelectual. ‘Nominalistas y realistas’ es, de hecho, el único binomio entre los títulos de los Ensayos de Emerson. Sin embargo, la razón que hizo a Emerson añadir ‘Reformadores de Nueva Inglaterra’ a la segunda serie de Ensayos no debe desoírse por completo. Quisiera aprovechar la ocasión de hablar sobre los Ensayos, más allá de los límites de su reciente edición, para referirme a ese ensayo también ahí sustraído.
‘Reformadores de Nueva Inglaterra’ es, a diferencia de los Ensayos que componen el libro en que Emerson pensaba originalmente, un texto cuyo contenido inicial es más social que filosófico. Su mera presentación como conferencia parece eludir ese grado de elaboración que llevaba desde los textos orales a los escritos de Emerson. Tiene la inmediatez del lugar (Amory Hall, en Boston, Massachusetts) al que se refiere el título, y del momento histórico (marzo de 1844, antes de la publicación de la segunda serie de Ensayos) en el que la apelación al hombre privado puede considerarse el principio afirmativo de la filosofía reciente (“the affirmative principle of the recent philosophy”). El uso de esa expresión hace de Emerson un portavoz autorizado y próximo a su público para emitir un veredicto sobre el carácter de los cambios que los reformadores pretenden llevar a cabo (“all the soul of the soldiery of dissent”). Pero el texto de Emerson debe menos a la circunstancia histórica, en realidad, que a cierta concepción atemporal sobre la sociedad, con lo cual parece indicar que las realidades de su tiempo son, bien interpretadas, una vía de acceso a la realidad de todos los tiempos. La sociedad, que es ese vehículo transhistórico, nunca será tan grande, según afirma Emerson, como un hombre (“no society can ever be so large as one man”). La grandeza sería una cualidad de la relación entre las partes de un todo, y las partes de la sociedad no podrán alcanzar nunca el grado de coherencia al que puede llegar el hombre cuando somete a examen, por ejemplo, la relación entre sus palabras y sus hechos o sus sentidos y su voluntad (“there can be no concert in two, when there is no concert in one”). Ese grado de coherencia, inalcanzado, pero alcanzable, sería el que brindan los creyentes secretos (“secret believers”) o los verdaderos servidores de la humanidad, que quedan así contrapuestos a los reformadores de Nueva Inglaterra. Conviene no olvidar que Emerson habla aquí de la parte más reformada de América, que habría sido Nueva Inglaterra, cuna de la independencia, el acontecimiento que significó alejarse definitivamente de la utopía teocrática a favor de la república democrática. El modo de compensar la renuncia a los principios religiosos como guía para la convivencia, desde el punto de vista de la educación literaria puritana, habría sido aceptar la literalidad de los principios contenidos en la Declaración De Independencia y la Constitución. Emerson, que había sustituido el púlpito por la plataforma, se tomó en serio las palabras de la Constitución americana y, sobre todo, la palabra misma de “constitución”, que señalaba un tipo de conducta conforme con la manera clásica de entender que unas condiciones de vida pueden ser más fieles que otras a las exigencias de la naturaleza humana. En ‘Reformadores de Nueva Inglaterra’ se dan cita estas menciones constitucionales: 1) “Every project in the history of reform, no matter how violent and surprising, is good, when it is the dictate of a man’s genius and constitution”; 2) “He is sure that the soul which gives the lie to all things, will tell none. His constitution will not mislead him”; 3) “Only by obedience to his genius; only by the freest activity in the way constitutional to him, does an angel seem to arise before a man, and lead him by the hand out of all the wards of prison”. La cuestión previa a todo proyecto de reforma social sería así la reforma constitucional del reformador (“society gains nothing whilst a man, not himself renovated, attempts to renovate things around him”). La voz de la disidencia reobraba sobre sí misma en este ensayo sustraído de Emerson para recordarle a su público que, dada la parcialidad e incongruencia de las asociaciones propuestas para la mejora colectiva, el único camino transitable es el que pasa por la enmienda individual (“the union must be ideal in actual individualism”).
Lejos de resultar remotas o excéntricas, las palabras de Emerson, dictadas por la fe en el poder de la verdadera educación (“our system of education is… a system of despair… men do not believe in a power of education”), apuntaban al corazón mismo de un texto escrito para lograr una unión más perfecta (“a more perfect Union”). El escepticismo inoculado en la sociedad (“a hospital of incurables”), donde todos los lugares son falsos, había de combatirse mediante un trabajo constante (“work in every hour”) fundado sobre la admiración por la capacidad de servicio y el desprecio a las propias realizaciones (“every man has at intervals the grace to scorn his performances, in comparing them with his belief of what he should do”). La crítica social debía ser entendida en términos educativos o eminentemente políticos. La posición del filósofo como intérprete de lugares y textos en América dejaba así una puerta abierta a que el experimento democrático no se apartara del propósito de cultivar el genio individual, cuya presencia es esencialmente prometedora, “secure that the future will be worthy of the past”.
Javier Alcoriza (Valencia, 1969) es licenciado en Historia del Arte por la Universidad de Valencia, doctor en Filosofía por la Universidad de Murcia y Catedrático de Lengua Castellana y Literatura en la Enseñanza Secundaria. Ha traducido, entre otros autores, a I. Kant, B. Franklin, W. Hazlitt, D. H. Thoreau y A. Lincoln. Es autor de los libros Dostoyevski y su influencia en la cultura europea (Salamanca, 2005), La ética de la literatura (Valladolid, 2005), La experiencia política americana. Un ensayo sobre Henry Adams (Madrid, 2005), La democracia de la vida. Notas sobre una metáfora ética (Madrid, 2009), La patria invisible. Judaísmo y ética de la literatura (Madrid, 2010), Educar la mirada. Lecciones sobre la historia del pensamiento (Valencia, 2012) y El tigre de Hircania. Ensayos de lectura creativa (Madrid, 2012).